¡No te lo vas a creer!
¿Que te cuente una anécdota, dices?
Mmm... déjame que recuerde...
¡Ah! ¡Sí! ¡Ya la tengo!
Sí, efectivamente, me temo que lo que voy a contarte me pasó de verdad. Sí, en efecto, la lié así de gorda.
Pues resulta que hace un par de años, más o menos a estas alturas del año, ya entrado el otoño, decidí que era el momento de ponerle fin a mi último viaje mochilero por Sudamérica, así es que decidí comprarme un vuelo de Bogotá a Madrid.
Poco después de comprarme el vuelo- lo compré como un mes antes de salir-, me dispuse a darme la última vuelta por la maravillosa tierra de Colombia. Unos días antes de coger el vuelo, descubrí el impresionante Eje Cafetero, una extensión de tierra que abarca cuatro estados colombianos, y que, para mí, no fue tan sorprendente por sus cultivos de café sino por sus bosques y montañas.
Estrujé el tiempo al máximo en ese paraíso y me presenté en Bogotá la misma mañana del día en el que salía mi vuelo. Pasé la noche en un autobús, exactamente 9 horas de bus, para llegar desde Salento hasta Bogotá. Llegué a la capital y me dirigí hacia la casa de mi amiga Andrea. Llegué, desayuné y me tumbé un rato a descansar en su cama. Mi amiga se fue a trabajar y me dejó las llaves para que yo pudiese entrar y salir a mi aire. Bajé a una lavandería y les dejé mi ropa sucia. No quería llegar a casa de mi madre, después de un año y medio de viaje, con la ropa sucia. A eso de las 3 de la tarde, bajé a recoger la ropa a la lavandería, que estaba a la vuelta de la esquina de la casa de Andrea.
Hasta aquí todo estaba en orden. Estaba consiguiendo pasar todas las pantallas del videojuego sin mayores percances.
Mi vuelo salía a las 19.40.
Eran las 15.00
Mi siguiente paso era recoger la ropa de la lavandería. Volver a la casa de Andrea. Meter la ropa limpia en la mochila y bajar a la calle a coger el autobús que me llevaría al aeropuerto.
Sin embargo... Al llegar a la lavandería, con la emoción del momento, me puse a hablar con la mujer de la lavandería mientras me despachaba, y le conté que iba a volver a España. No se me ocurrió otra cosa que decirle que me habría encantado llevar más regalos: café y otros productos de la tierra, pero que no me había dado tiempo a comprar. La lavandera me preguntó que a qué hora salía mi vuelo. Yo le dije que a las 19.40, y entonces...
Entonces ella me dijo que aún faltaba mucho tiempo para eso, que me daba tiempo a ir a un gran supermercado que había a unas pocas cuadras de allí y comprar todos esos regalos deliciosos para mi familia y amigos.
Y entonces...
(aquí comienza mi cuenta atrás y mi declive en esta misión...)
Entonces yo decidí hacerle caso a esa mujer desconocida. No cuestioné ni un poco su opinión, sí, su opinión, porque al final todo lo que salió por su boca no fue más que su subjetiva opinión. Y me dirigí a ese gran supermercado.
10 de diciembre de 2018